domingo, 6 de marzo de 2011

El padecer siempre es psicosomático

La Medicina se refiere a lo psicosomático como un asunto menor, de segunda línea, apartado de la organicidad basada en la evidencia. Separa a lo psíquico de lo somático por inabordable desde lo biológico, aunque las neurociencias traten de aproximarlo por neuroimagen o neurofisiología. Como si fuera impensable algo que no pudiera destilarse en el laboratorio, que no se pueda ver, reproducir, predecir con el método científico más encorsetado y miope. Esta dualidad cartesiana ha quedado anticuada, habrá que actualizar los pensamientos para existir en el siglo XXI.
            Pero lo psíquico es justamente lo que nos hace humanos, entonces, cómo no padecerlo, o cómo no querer padecerlo por no pensarlo. Qué teme el médico que cierra el discurso de su paciente con un lo suyo es de los nervios, ¿de los nervios de quién?, del paciente o del médico. O qué respuesta dar al paciente que empieza a pensar en lo suyo y le pregunta al médico ¿usted cree doctor que esto mío del colesterol será de los nervios?
            Muchos médicos evitan abrir la dimensión psíquica de la enfermedad porque no saben afrontarla, porque tiene mucho que ver con ellos mismos, por no controlar los límites entre los padeceres propios y ajenos, entre lo personal y lo profesional. Arenas movedizas sin bibliografía.
            Tranquiliza encontrar una explicación orgánica, fisiopatológica a la sintomatología planteada. Tranquiliza tanto al paciente como al médico: al paciente porque un diagnóstico que justifique su angustia le ahorra el trabajo de elaborarla con sus propias palabras, al médico porque le evita adentrarse en el pozo de sus inquietudes.
            Siempre cuestión de palabras: las que se terminan con un punto para cerrar el discurso, o las que se siguen de dos puntos para continuar poniendo más.
            Llama a veces la atención la apariencia placentera con que el paciente recibe el diagnóstico de una enfermedad tal y como habitualmente se nombra: usted es diabético. Pero si se piensa que esa persona antes de ser paciente o enfermo no era nada y ahora por lo menos es diabético, es normal que se sienta feliz de haber conseguido una identidad, aunque sea con el sacrificio de haber enfermado. Además de otros prometedores beneficios añadidos tales como que su familia tenga la obligación de cuidarlo o que el médico le dé órdenes de obligado cumplimiento, so pena de castigos de indiferencia si no cumple con las recomendaciones prescritas al más puro estilo paternalista de ejercicio profesional. En definitiva, una excusa perfecta para volver a la situación de dependiente comodidad que procuraba la madre y que una vez superada la infancia solo puede enfermar. Se sustituye a la madre por el médico, el compañero, el hijo en un estado delirante que pretende detener el tiempo para coquetear con fantasías de inmortalidad. También destapa pensamientos envidiosos: si yo soy incapaz de hacer las cosas que me gustaría, tú (el compañero, el hijo) tampoco podrás porque tienes el deber de cuidarme, por eso haré todo lo posible para no curarme.
            Relaciones patológicas, frases inacabadas, palabras no pronunciadas. ¿Qué se prohíbe decir el que padece de una afonía intratable? ¿En qué palabras se ahoga el asmático? ¿Cuáles se traga a su pesar el ulceroso? ¿Cuáles reprime el hipertenso? ¿Con qué se infarta el que se toma las cosas a pecho?
            Yo propongo pensar la Medicina para hablar la enfermedad, y así curar.