¿Julio era hombre
o era mujer? Ni él mismo lo sabía, como todos... Sí, como todos, he dicho bien,
¿acaso alguien podría asegurar que es todo un hombre o toda una mujer? El que
lo haga será el menos seguro, el más temeroso de caer en la tentación que
siempre acecha del otro lado. Julio sí que tenía claro que su tentación venía
de su mismo lado, aunque cultivaba la ambigüedad por costumbre: se vestía de
varón pero se peinaba y maquillaba de mujer, así resultaba difícil dirigirse a
él en masculino con aquel aspecto tan femenino. Estaba formalmente casado con
otro hombre administrativo y se movía entre homosexuales, la mayoría igual de
confusos que él, igual de confusos que los otros, los del otro lado, igual de
temerosos del contagio de váyase a saber qué.
Pero ese vivir
dudando lo desquiciaba, no podía con la angustia vital que lo desbordaba –como
si pudiera ser de otra manera…–, necesitaba atarse a alguna certeza, necesitaba
respuestas a preguntas que todavía no se había formulado. Por eso pensó que lo
mejor era consultar al médico, y como creía que su problema era con el cuerpo,
pidió asesoramiento al médico del cuerpo.
El médico del
cuerpo le propuso cirugía –como tampoco podía ser de otra manera–, cortar por
lo sano, a grandes males grandes remedios, dime
lo que quieres que te quite o te ponga y este problema te lo arreglo yo en un
momento.
A Julio
aquello tampoco lo reconfortó, no podía ser que lo que llevaba tantos años
tratando de elaborar sin conseguirlo fuera tan sencillo de solucionar, quizá el
asunto tuviera otros matices. Empezó a pensar que quizá se tratara de un asunto
del alma.
El sanador de
almas al que consultó lo desconcertó al principio, no le dio consejos, no le
recomendó pautas, no le prometió que lo curaría, no hizo nada de lo que él
esperaba que hiciera, sólo lo dejó hablar. Por eso decidió continuar
visitándolo, porque no le cerraba respuestas, sino que lo enseñaba a hacerse
preguntas. Ya se verá para qué respuestas.