martes, 4 de diciembre de 2012

Ambigüedades


¿Julio era hombre o era mujer? Ni él mismo lo sabía, como todos... Sí, como todos, he dicho bien, ¿acaso alguien podría asegurar que es todo un hombre o toda una mujer? El que lo haga será el menos seguro, el más temeroso de caer en la tentación que siempre acecha del otro lado. Julio sí que tenía claro que su tentación venía de su mismo lado, aunque cultivaba la ambigüedad por costumbre: se vestía de varón pero se peinaba y maquillaba de mujer, así resultaba difícil dirigirse a él en masculino con aquel aspecto tan femenino. Estaba formalmente casado con otro hombre administrativo y se movía entre homosexuales, la mayoría igual de confusos que él, igual de confusos que los otros, los del otro lado, igual de temerosos del contagio de váyase a saber qué.
Pero ese vivir dudando lo desquiciaba, no podía con la angustia vital que lo desbordaba –como si pudiera ser de otra manera…–, necesitaba atarse a alguna certeza, necesitaba respuestas a preguntas que todavía no se había formulado. Por eso pensó que lo mejor era consultar al médico, y como creía que su problema era con el cuerpo, pidió asesoramiento al médico del cuerpo.
El médico del cuerpo le propuso cirugía –como tampoco podía ser de otra manera–, cortar por lo sano, a grandes males grandes remedios, dime lo que quieres que te quite o te ponga y este problema te lo arreglo yo en un momento.
A Julio aquello tampoco lo reconfortó, no podía ser que lo que llevaba tantos años tratando de elaborar sin conseguirlo fuera tan sencillo de solucionar, quizá el asunto tuviera otros matices. Empezó a pensar que quizá se tratara de un asunto del alma.
El sanador de almas al que consultó lo desconcertó al principio, no le dio consejos, no le recomendó pautas, no le prometió que lo curaría, no hizo nada de lo que él esperaba que hiciera, sólo lo dejó hablar. Por eso decidió continuar visitándolo, porque no le cerraba respuestas, sino que lo enseñaba a hacerse preguntas. Ya se verá para qué respuestas.