sábado, 14 de mayo de 2011

¿Hablamos?

El poder ensalmador de las palabras se conoce desde que el lenguaje nos separó de los animales. Palabras curanderas de ida y vuelta, para decir y escuchar. No hablar por hablar, sino para articular lo que nos construye, lo que nos elabora, lo que nos humaniza. Palabras brujas, misteriosas.
Entonces, ¿por qué la Medicina basada en la evidencia las descarta de sus guías clínicas? Pues por eso, por brujas. Será por esto que la ciencia no las aprecia y hasta el sistema nos hace elegir: ¿ciencias o letras?, como si fueran mutuamente excluyentes, como si se cometiera adulterio por querer a ambas.
Parece prohibido en las consultas médicas nombrar los padeceres para poner a hablar la enfermedad, solo signos y síntomas exentos de lo subjetivo. ¿Pero cómo pretender curar solo con medicamentos o con cirugía? Pensar que puede curarse el cuerpo sin curar el alma es un remedio paliativo transitorio, el síntoma reaparecerá o se expresará en otro órgano, en otro padecer.
            Según palabras de Marañón, ¿Cuál es el instrumento que más ha contribuido al avance de la Medicina? La silla para sentarse y escuchar al enfermo. Se me ocurre que nuestro hipertecnificado sistema sanitario adolece de lo más elemental: fracasa en la relación médico-paciente, falla en lo que le da su razón de ser, en lo humano. La más sofisticada de las intervenciones quirúrgicas no podrá considerarse exitosa si con el alta hospitalaria se descuidan las condiciones personales, familiares o sociales del paciente; si no se tiene en cuenta si ha entendido y puede cumplir las recomendaciones terapéuticas prescritas; si se atiende más a cuestiones burocrático-administrativas que, aunque necesarias para la gestión sanitaria, deben estar siempre subordinadas a los motivos clínicos y no a la inversa funcionando perversamente; si el médico está más pendiente de sus conflictos personales o laborales que de ejercer profesionalmente su función.
            Pero los médicos, paradójicamente, no recibimos formación humanística en las universidades, o esta se enfoca como un asunto menor en asignaturas de libre elección entre las megalíticas médicas y quirúrgicas. No se enseña el poder sanador de las palabras, las virtudes curativas de la relación terapéutica. Por eso da miedo dejar hablar, por temor a no saber qué hacer con lo escuchado, y también a descubrir alguna sombra disimulada. Tampoco se muestra la auténtica crudeza de la realidad y el dolor humanos con los que habrá que trabajar y para los que se exige una exhaustiva preparación en conocimientos y habilidades, pero no la adecuada salud mental que permita abordarlos sin necesidad de enfermar. El mejor médico no es el que conoce las enfermedades porque las padece, sino porque las estudia.
            Administrar, prescribir palabras, eso es lo que propongo. Dejar hablar, escuchar y después intervenir, devolverlas hilvanadas para que el paciente las cosa según el patrón que desee, no según el algoritmo del médico que no tiene validez universal.
            Hablemos.

5 comentarios:

  1. Cada palabra es un eslabón de una cadena a la que agarrarse para trepar hasta donde se esconden los secretos. Cuantas más palabras, más eslabones y más fuertes para asirse y llegar. Merece la pena el esfuerzo de saber sacar con la escucha activa los eslabones del alma de los pacientes. NO hace falta tanto que se enseñe en las facultades -que también- sino que forme parte de una actitud ante la práctica de la medicina, y para ello deben implicarse las autoridades sanitarias,... para que el médico no pierda el foco sobre lo realmente importante: solucionar los problemas de salud de su paciente.

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  2. http://www.fabianortiz.es/hablamos_1477693.html

    https://www.facebook.com/group.php?gid=344033526349

    Saludos.

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  3. Cierto, Miguel, pero cuánto desenfoque sanitario, ¿no crees? Gracias por tu comentario.
    Gracias, Fabián, por pasearte por aquí. Efectivamente, el título es un guiño a tu programa de radio que recomiendo a todos.
    Saludos

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  4. Ángeles, ¡cuánta razón tienes!!!!!
    Perdemos el norte cada vez más, sepultados en miles de papeles y obligaciones que no añaden, sino restan, valor añadido a nuestra misión.
    Tu artículo me llega justo después de un soberano cabreo que tuve ayer por cuestiones burocrático-informáticas (ya te contaré, que tengo aún los pelos de la nuca engrifados).
    Al final, lo importante queda relegado a casi anécdota. Qué pena!
    Miguel, suscribo completamente tu comentario.
    Hablemos.
    Besos

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  5. Así es, Ana, cuántos profesionales han perdido el norte de cuáles son verdaderamente nuestros asuntos y andan perdidos en no sé qué nebulosa sideral por miedo a la responsabilidad de implicarse en lo que no puede hacerse de otro modo. Si es lo que yo digo, haber estudiado para astronauta.
    Un beso

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