Me preguntaba si
un niño de ocho años podría marearse miméticamente como su madre y si es así,
¿lo habría heredado o sería una cuestión de contagio doméstico? O también
podría tratarse de un mareo distinto, digamos que de nueva creación. Yo creo
que los niños de ocho años no se marean, no saben hacerlo, además, si lo
hicieran, no podrían definirlo como tal, por lo menos no en el mismo sentido en
que lo describen sus madres, es una cuestión de falta de vivencias: a marearse se
aprende, hace falta tiempo, dedicación y un maestro que lo sepa trasmitir, así
funciona el conocimiento.
Me llamó la
atención la sorpresa de la madre al comentarme que esa mañana su hijo se había
quejado de mareo cuando lo despertó para ir al colegio: Es curioso, me dijo que estaba mareado, aunque no fue capaz de
concretarme nada más. Sabía que venía al médico a consultarle lo mío. Piensa
que se le pegó, le señalé. Pareció más sorprendida aún de que yo le
devolviera sus propias sospechas. A mí no me extrañó que utilizara lo mío para referirse a lo que de ningún
modo estaba dispuesta a renunciar, lo que su hijo aparentemente empezaba a
querer imitar, o quizá heredar. ¿Le preocuparía tal vez pensar que debía
morirse para que se ejecutara la herencia? ¿O que en la ley de la vida está
escrito que otros disfrutarán de nuestros logros cuando ya no andemos por aquí,
que otros sobrevivirán nuestra mortalidad? Para ella su mareo era su mayor logro, había dedicado la vida a
perfeccionarlo.
Lo que producimos
al mundo, una vez lo volcamos en cualquier forma de creación, ya no nos
pertenece, se vuelve patrimonio colectivo, escapa a nuestro control. Un golpe
muy duro al narcisismo del hombre. Por eso tenemos todos responsabilidad en
elegir lo que queremos legar, hay que ser muy cuidadoso, y un mareo no parece
muy buena elección, al menos por escasamente creativo, en asunto de mareos pienso que ya está todo inventado. También a ser generoso se aprende y a ser capaz de
soportar nuestra obra en los demás, nuestras palabras y nuestros sueños en los
otros, el deseo de los otros. Todo un reto a la envidia humana, tan primitiva
como estructural, pero que se puede redireccionar,
por utilizar lenguaje de este siglo.
Por eso me
atrevería a sugerir una modificación de matiz: mareo por vértigo. Sí, vértigo,
la sensación de inestabilidad que acompaña al deseo abierto, en curso, el
anticipo del goce fantaseado. El vértigo de la inestabilidad del suelo bajo los
pies, la crisis del cambio vital inherente a la postproducción: no se es el
mismo antes que después, y así debe ser, así avanza la humanidad, no
boicoteemos mediocremente el progreso, nadie tiene derecho a hacerlo.
Otra cosa es que
seamos capaces de disfrutar nuestros triunfos, pero a esto también se aprende.
Lo que poseemos y lo que traspasamos. Elecciones.
ResponderEliminarAl fin y al cabo, es lo que hacemos continuamente.
Así es, Ana, y así ha de ser, elegir nos hace crecer.
ResponderEliminarGracias por bloggear por aquí.
Un beso