martes, 5 de junio de 2012

De vértigos


Me preguntaba si un niño de ocho años podría marearse miméticamente como su madre y si es así, ¿lo habría heredado o sería una cuestión de contagio doméstico? O también podría tratarse de un mareo distinto, digamos que de nueva creación. Yo creo que los niños de ocho años no se marean, no saben hacerlo, además, si lo hicieran, no podrían definirlo como tal, por lo menos no en el mismo sentido en que lo describen sus madres, es una cuestión de falta de vivencias: a marearse se aprende, hace falta tiempo, dedicación y un maestro que lo sepa trasmitir, así funciona el conocimiento.
Me llamó la atención la sorpresa de la madre al comentarme que esa mañana su hijo se había quejado de mareo cuando lo despertó para ir al colegio: Es curioso, me dijo que estaba mareado, aunque no fue capaz de concretarme nada más. Sabía que venía al médico a consultarle lo mío. Piensa que se le pegó, le señalé. Pareció más sorprendida aún de que yo le devolviera sus propias sospechas. A mí no me extrañó que utilizara lo mío para referirse a lo que de ningún modo estaba dispuesta a renunciar, lo que su hijo aparentemente empezaba a querer imitar, o quizá heredar. ¿Le preocuparía tal vez pensar que debía morirse para que se ejecutara la herencia? ¿O que en la ley de la vida está escrito que otros disfrutarán de nuestros logros cuando ya no andemos por aquí, que otros sobrevivirán nuestra mortalidad? Para ella su mareo era su mayor logro, había dedicado la vida a perfeccionarlo.
Lo que producimos al mundo, una vez lo volcamos en cualquier forma de creación, ya no nos pertenece, se vuelve patrimonio colectivo, escapa a nuestro control. Un golpe muy duro al narcisismo del hombre. Por eso tenemos todos responsabilidad en elegir lo que queremos legar, hay que ser muy cuidadoso, y un mareo no parece muy buena elección, al menos por escasamente creativo, en asunto de mareos pienso que ya está todo inventado. También a ser generoso se aprende y a ser capaz de soportar nuestra obra en los demás, nuestras palabras y nuestros sueños en los otros, el deseo de los otros. Todo un reto a la envidia humana, tan primitiva como estructural, pero que se puede redireccionar, por utilizar lenguaje de este siglo.
Por eso me atrevería a sugerir una modificación de matiz: mareo por vértigo. Sí, vértigo, la sensación de inestabilidad que acompaña al deseo abierto, en curso, el anticipo del goce fantaseado. El vértigo de la inestabilidad del suelo bajo los pies, la crisis del cambio vital inherente a la postproducción: no se es el mismo antes que después, y así debe ser, así avanza la humanidad, no boicoteemos mediocremente el progreso, nadie tiene derecho a hacerlo.
Otra cosa es que seamos capaces de disfrutar nuestros triunfos, pero a esto también se aprende.

2 comentarios:

  1. Lo que poseemos y lo que traspasamos. Elecciones.
    Al fin y al cabo, es lo que hacemos continuamente.

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  2. Así es, Ana, y así ha de ser, elegir nos hace crecer.
    Gracias por bloggear por aquí.
    Un beso

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